Valencia ( 6ª de fallas ), 'UN TAL LÓPEZ'.

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Valencia, 16 de marzo. 6º de feria. Lleno.

Toros de Zalduendo, desiguales de presentación y hechuras. Los primeros anovillados y muy sospechosos de pitones. Los dos últimos, con cuajo y serios por delante. Manejables aunque justos de raza en conjunto, salvo el noble 6º y el manso y complicado 5º, con mucho peligro.

Enrique Ponce, ovación , oreja y saludos tras avisos.
El Juli, dos orejas, saludos y dos orejas.

Valencia (Esp.)
Dejó la noche untada en maestría. Por ahí andan las gentes, rebozadas en la harina del toreo de un tal López. Un
tipo rubio que lleva en su ADN el toreo entero. Ese tal López es tan buen torero que el ninguneo habitual de cada añada, casi epidérmico, no sólo resbaló por sus escamas de lagarto, sino que creció tanto que adivinó la historia y se emparejó con ella en un mano a mano con uno de los más grandes de los libros de texto del toreo. Ponce. Rotundo, perfecto, distinto en tres toros distintos, sin una fisura mental, ni un pulso de más o de menos. Y como todos los grandes, gentil y caballero tras ese quite inverosímil. Tiró de pasado juvenil, rescató la lopecina el señor López y la remató con una larga cambiada de rodillas y un pase de pecho cumbre. Y ofreció a Ponce el desquite del quite en una tarde en la que Don Enrique tiró de ese fondo de figurón para torear las locas embestidas de un marrajo desordenado y geniudo.

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