El Juli, leves pitos y silencio.
José María Manzanares, leves palmas y silencio.
Miguel Ángel Perera, silencio y oreja con fuerte petición de la segunda.
Hasta la muerte precisamente del quinto de la tarde, salvo el lidiado en tercer lugar que le cupo en suerte también al extremeño, el festejo andaba por los derroteros de acabar en una trifulca -justificada- contra todos los implicados en la organización de la corrida. Y esta vez el público, soberano, el que pasa por taquilla, tenía razón porque el encierro, visto desde el aspecto ganadero que es al fin y al cabo la materia prima sobre la que se sustenta el espectáculo, resultó infumable por comportamiento y por presentación. Para olvidar y pedir daños y prejuicios, así como responsabilidades, a todos los implicados en esta tarde: a la autoridad por dejar aprobar a las doce de la mañana una corrida de toros compuesta por varios hierros diferentes que debían ser lidiados por una de las ternas estrella del ciclo. A los veterinarios también habría que preguntarles cómo acceden a aprobar, incluso las reses que saltaron al ruedo, ya que hasta la novillada de Santos Alcalde (por poner un ejemplo) fue mucho mejor presentada y con más trapío que alguno de los toros cabezones que han saltado hoy al ruedo de Santiago Domecq, Ana María Bohórquez, Hermanos García Jiménez y el de Lagunajanda corrido en sexto lugar como sobrero. Astados, en la mayoría de los casos, con cara de chicos además de desiguales de peso y con un trapío muy por debajo de los límites para Valencia. También cabría pedir responsabilidades a los matadores de toros y sus mentores, por propiciar la lidia de estos seis inválidos astados con los que el espectáculo estaba apuntillado y condenado al fracaso desde el principio. Y a la empresa, no lo olvidemos, porque claro está que ella es el nexo de unión y catalizador de todos los intereses que normalmente existen cuando se celebra un festejo de esta categoría.
Julián López El Juli tuvo que soportar durante toda la tarde ser el blanco de las iras de un público muy molesto y enfadado con la presentación y comportamiento de los toros lidiados. El madrileño no tuvo muchas opciones de lucimiento con el primero, por ser inválido y desrazado. Con un público muy en contra, tanto del toro como del torero, Juli dio una lección de responsabilidad y sobreponiéndose a las circunstancias muy adversas estuvo y se mostró muy firme, intentándolo por ambos pitones aún sabiendo que era casi imposible cualquier lucimiento. El cuarto fue otro toro muy protestado de salida por su invalidez, y de nuevo Juli tuvo que pelear contra el toro, el viento y un respetable a punto de amotinarse contra la presidencia y contra el torero. Con un ambiente hostil que convirtió al diestro en el blanco de todas las iras, poco pudo hacer más que buscar un triunfo a todas luces inexistente.
Completaba el cartel, el alicantino José María Manzanares, que estuvo
